De pronto me sentí avergonzado. Ya cuando le telefoneé me la había imaginado en mis brazos, y lo sabía. A quién pretendía engañar con todo esto, con lo de que ella esperaba algo de mí, de que yo debía comportarme como un caballero, y las alturas del amor ideal e impoluto…
Quería besarla y poseerla. ¿Y por qué no? ¿Era justo sufrir esta tortura? Demonios, la amaba. Mi corazón no dudaba de ese amor. La amaría hasta el día de mi muerte. No me importaba lo que eso significara, estaba preparado para todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario